30/05/2015

Pescao Frito


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Antonio Barba
Me gusta contar cosas antiguas porque muchas personas no las vivieron y estoy convencido que les hará ilusión conocerlo y otras personas podrán rememorar esos recuerdos, que nunca son malos volver a vivir en nuestra imaginación, sobre todos los que son buenos.
 
Una de las tradiciones más sanluqueñas a lo largo de la historia ha sido la venta y la compra de pescado frito, ya sea como se hace hoy en los bares, por raciones y en los modernos taperware o en las tradicionales freidurías que existieron en la ciudad hasta los años setenta, en que otro tipo de comidas y costumbres inundaron la ciudad.
Y seguro que todavía muchos recordarán el olor que inundaba la calle Santo Domingo y Ancha o los papelones de pescao frito de Rivero y del último donde he visto el pescado en un escaparate, en la Calle Jerez esquina a la calle Descalzas, puede que sea donde hoy se encuentra el Arquillo.
De anca Rivero, que se encontraba en la última casa de la calle Santo Domingo, donde hoy tenemos una perfumería recuerdo levemente la venta de cartuchos, papelón, de pescado frito en papel de estraza y una viena para comerlo por la calle o justo enfrente en La Goya, donde podías degustarlo a cambio de las bebidas, en unas mesas de madera y unas sillas que se cerraban, que también se han perdido aunque fueran un poco más cómodas que las modernas con toda su sofisticación.
De estas freidurías recuerdo, o puede que me lo hayan contado, hasta como algunas personas que no andaban sobrados de dinero pedían las “mijitas”, que no eran otra cosa que los restos que iban quedando en la parte baja del lugar donde se almacenaba las frituras, que mayormente era harina frita, aunque algún trozo de pescado caía. Supongo, que no estoy seguro, que esta parte de la fritura sería mucho más barata.
- ¿Me pones un papelón de adobo?.
Aunque la tradición se perdió, como se perdió la de llevar a la calle la comida, incluido a los sombrajos de la playa, que aquí siempre fueron sombrajos a donde se iba a comer los días que uno podía ir a la playa y la mayoría de la gente se llevaba la comida de su casa y allí compraba las bebidas y puede que algún plato de pimientos fritos y poco más. Eran tiempos en que aunque no se tenía unos coches tan grandes, la gente andaba mucho, y más hasta cargados con cestas de mimbre o esparto con todos que habría de ser el almuerzo, en los que no faltaban los huevos duros que se pelaban y comían sin ningún tipo de aderezo y en ningún bar aparecía el cartelito de “Prohibido consumir productos de la calle”. Que no sé yo si algún día de estos, como continúe la dichosa crisis no terminarán por ir desapareciendo.
Como anécdota les puedo contar que mi madre me cuenta, esto no lo viví personalmente, que una vez fueron con mi abuela a la Feria de Jerez cargados con la comida, que tiene cojones ir desde los Llanos de Bonanza hasta Jerez cargados con tiestos, y después estar toda la feria con las cestas. Se pueden imaginar cómo iba el tren de Bonanza esos días, con tanta cesta y un olor que alimentaba.
Pero la tradición de vender pescado frito no es algo moderno, aunque yo lo recuerde en los últimos coletazos, y ya en el siglo XVI encontramos noticias en Sanlúcar de la existencia de varias freidurías, que según las ordenanzas tenían estipulado el tipo de pescado que podían vender, porque no eran todos. Así nos encontramos que los pescados que se podían servir en las freidurías sanluqueñas eran sardinas, albures y caballas, así como cazón guisado.
Otra noticia de la tradición freidora de la ciudad la encontramos el año de 1530, cuando los marineros solicitaron permiso para poder freír y vender pescado frito en sus casas y así poder sacar algún dinero más para sobrevivir.
Antonio Barba