08/04/2016

Escrito a cada instante: País


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Juan  A. Gallardo
De no vivir en un país en el que a la emigración triste y forzosa  de jóvenes formados en lustrosas carreras universitarias para acabar trabajando  de sirvientes u hosteleros en las tabernas del frío norte europeo, nos la han bautizado con todo el morro del mundo como “Impulso aventurero de la juventud” . De no vivir en un país que a los recortes en sanidad, educación, derechos  y prestaciones sociales, llaman  sin el menor rubor “reformas estructurales necesarias” , o  al despido grande y libre: “Flexibilizar el mercado laboral”.
 

De no vivir en un país así, tan cobarde y tan colaboracionista, la población daría a esta chusma con aristocráticas ínfulas un espantoso y enorme corte de mangas, con todas las consecuencias que ese desprecio debiera tener.

Pero como todavía y tal como afirma el presidente del gobierno, son muchos más los que quedan en casa que los que toman la plaza pública, el suero intravenoso del miedo sigue haciendo de las suyas y sacan el bombo y los platillos para avisar: Como vuestras manifestaciones de repudio y asco se pasen un poco de la raya, como se parezcan vuestras movidas más a una revuelta que a una romería de domingueros en chándal, os vamos a crujir, ciudadanos. Os vamos a poner unas multas que se os van a caer los palos del sombrajo.

Primero anuncian la desmesura, el disparate total, algún cachondo del ministerio y sus propagandistas sueltan que seiscientos mil euros de multa, para uno días más tarde dejarlo en treinta mil. Así nos tratan, como subasteros sin ninguna vergüenza que nos ofrecen la mercancía a un precio desorbitado para que después, pensemos que somos muy listos habiendo reducido el coste, creyendo que algo hemos ganado en el trueque. Nos tratan como idiotas porque hemos hecho bastante el idiota. Y lo que seguiremos haciéndolo. 
 

Siempre me conmueve ese personaje de “El pianista” , la obra maestra de Roman Polanski. El padre de  Szpilman, asombrado ante la barbarie, no se termina de creer lo que su hijo más combativo le va contando e incluso tacha de exagerados los globos sonda que envía la propaganda nazi a través de la prensa. A uno le ha pasado algo por el estilo muchas veces, cuando mis amigos más combativos me daban alguna de estas noticias cafres, solía desdeñar sus argumentos diciéndoles que estaban muy viciados por la ideología, que exageraban, que eso no podía ser.

Hoy, asistiendo perplejo a los espectáculos de crueldad por los que seremos capaces de llamar  a los hombres desesperados que escalan muros de la infamia “Mafias de la emigración”  y consintiendo que se pongan en esos muros unas cuchillas retorcidas nacidas de alguna mente psicótica para infringir el mayor daño posible a esas personas,  sólo se me ocurre pensar que esta impiedad no tendrá límites, que como el torturador al que acaso le cueste dar la primera torta al cautivo indefenso, una vez que se empieza, se ve que se le coge gusto. 
 

De no vivir en un país así, tan aborregado y manso, estas pachangas que maquinan son tan zafias y tan elementales que deberíamos estar ya tomando algún palacio, echando al fuego boletines oficiales del estado y procurando eso que tanto les disgusta: que el miedo cambie de lugar.

De momento seguimos inmersos en la duda de si el balón de oro se lo tiene que llevar un atleta portugués o uno argentino. ¡Qué viva España!