09/04/2016

Escrito a cada instante: Edificio de la hidra


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Juan A. Gallardo 
El de abajo tiene un coche gordo, no sé qué marca es, sé que es muy gordo, el coche.  Me soplan que es un Mercedes todoterreno, ole. Pues eso.

 El coche gordo lo pone este señor donde le sale de los cojones. Ahora me soplan que los coches ( y menos los gordos) no se ponen;  se aparcan. Ah, y  que a los coches no se les adjetiva así: gordos. Se les llama “Un coche grande” “Un buen coche” “Un cochazo” o “Un pedazo de carro”.  
 
 

La de enfrente tiene un hijo poeta. Cuando nos vinimos a vivir aquí, le dijo a su madre; “mamá, el de enfrente es un pedazo de escritor  (como los coches) y la madre así nos lo contó. Uno le abrió, alguna  vez,  a ese muchacho las puertas de su casa para que cogiese de la biblioteca los libros que quisiera y lo habríamos adoptado, por decir cosas tan bonitas. Pero  el muchacho ha ido triunfando en la vida literaria y se ha marchado a vivir a otra ciudad. Ahora, cuando viene a visitar a la familia y me ve, cada vez más gordo (como el coche) y cada vez más viejo,  bajando las escaleras, me saluda con un poco de pudor, como diciendo: a mí también me gustaría ser marginal y maldito toda la vida, como tú, pero es que tengo mucha suerte y soneto que se me ocurre, soneto que gana, él, por su cuenta, el jornal.

Me quisieron, hace años, hacer presidente de este jolgorio. Necesitamos, me confesó una comisión que vino a verme,  un presidente para la comunidad, para que mire los recibos y de cuando en cuando organice una catástrofe de obra y salgan a la luz, como las tripas de un animal mítico, las tuberías tan asquerosas que sustentan el edificio y millones de  toallitas higiénicas que se abismaron por las tazas de los váteres hasta producir un atasco de puta madre. Dije, claro, que no, que no aspiro a otra presidencia que la de un club clandestino de diletantes y misántropos. El del coche gordo me miró ese día con infinito desprecio y – creo- que jamás ha vuelto a saludarme, la madre del poeta se fue corriendo a preguntarle al niño qué habría querido decir con lo de misántropos, por si fuera un insulto, volver y darme para el cine.

Hay más gente, más familias, más novelas tan personales e intransferibles como un carné de identidad,  y de cuando en cuando, los habitantes del edificio que apenas hablamos entre nosotros, las cortesías del saludo y poco más, somos convocados a las famosas “Reuniones de comunidad”. Dicho así, parecería algo bonito; “reuniones de comunidad”, como si formáramos parte todos de un proyecto común; la erradicación de la poesía de la experiencia, la revolución proletaria o la liga por el sexo seguro. Pero no, lo asuntos que se dirimen en esas convenciones son mucho más tristes y lo más triste de todo no es tanto las tareas que debemos afrontar los vecinos, lo más triste es que se aprovecha, en una especie de turno improvisado de ruegos y preguntas, ese  momento de conversación colectiva para sacar del saco de cada puerta, el álbum mezquino de las viejas cuitas y reproches.

No falla, de cada una de estas reuniones de comunidad, surge una disputa que se convierte en enemistad ya irreconciliable, en unos meses o años de no dirigirse la palabra al coincidir por las escaleras, ni para los buenos días, pasar por delante de la comadre de turno y poner cara de enfado, como si estuviera todavía caliente la sangre vertida en la liza.

Si hubiésemos aceptado la presidencia, pondríamos unas normas nuevas, de obligado cumplimiento para todos los vecinos.

Las congojas y disputas larvadas tendría que ser puestas por escrito ,pero de forma anónima, para que nadie supiera a quién le estaba llamando la del primero “idiota”, a quién titulaba  la del bajo como  “envidiosa” o por quién había escrito en un rapto de amor, la del tercero :  “sigo queriéndote, equis” .

Sería muy bonito ir leyendo las misivas del rencor o del afecto, así sin dar nombres, nadie podría enfadarse con nadie y se formarían extrañas alianzas, por no hablar de la cantidad de hombres que se sentirían concernidos por la declaración de amor. Casi todos, así son de tontos los hombres.

Viendo lo que estoy escribiendo, ella me censura; si tú no has ido en tu vida a una reunión de vecinos, mentiroso. Aprovecho para sacar pecho literario y volver a repetir que todo lo que vamos contando es pura ficción, que cualquier parecido con la realidad es pura maledicencia. 
 
Juan Antonio Gallardo